“Para comprender la humildad de cualquier gran hombre es necesario ser uno mismo humilde. Sólo así la revelación de lo imperecedero inmerso en los grandes mensajes, será asimilado por nuestro corazón”. Mis diez años con el Maestro, Tony Maldonado. (Tomado de la Revista Thelema, año 1 No. 3).
El Maestro Samael Aun Weor, autor de más de 70 obras que develan con sencillez los más grandes misterios
del universo, desencarnó el 24 de diciembre de 1977.
Aunque su saber y su gran figura humana han pasado desapercibidos para los bribones del intelecto, millones de seres humanos en todo el globo terráqueo saben de su ingente labor a favor de esta humanidad doliente y de que logró realizar en sí mismo los tres factores de la revolución de la consciencia:
Muerte, Nacimiento y Sacrificio por la humanidad. “Hoy es un resurrecto habitante de los mundos inefables de la luz”, dice con nosotros su hija, Isis Gómez Garro ( Rev. Thelema, Año 1 No. 6).
Para ilustración de los que han seguido al pie de la letra estos apuntes de Los Recovecos del Ego, vamos a
transcribir, de la Revista Thelema, Año 2, No.15, el relato que hace la hija del Venerable Maestro sobre su desencarne y los fenómenos posteriores que siguieron al mismo.
“ El 24 de diciembre, a las 8.25 de la noche, llegó el término final.
Medianoche. La Última Lágrima. A las doce de la noche se preparó el Ritual de Resurrección. Éramos muy
pocos, 13 en total, la familia y Fernando Salazar. En el momento el Maestro Samael abre sus ojos muy suavemente, quedan abiertos por unos pocos segundos y los cierra de nuevo y de su lagrimal derecho se derrama una lágrima, por primera vez en todo su proceso, pero era una lágrima de sangre.
Una lágrima de sangre como la que derramara el Maestro Jesús hace dos mil años. 27 de Diciembre.
Funerales.
El tráfico se paralizó en las principales avenidas de la Ciudad de México, para dar paso a un singular cortejo fúnebre, encabezado por cinco motoristas, formando un pentagrama.
Así llegó el momento en que, en medio del dolor, en un ataúd blanco envuelto en la Bandera Gnóstica, cual
Ave Fénix, su cuerpo fue entregado a las llamas.
Enero de 1978, día primero a las cinco de la mañana.
El Maestro estando en su lecho de dolor nos había dicho: “Ustedes me verán en 1978. El Cristo Samael se
presentará ante ustedes”.
Después de la cena del año nuevo, ya de madrugada, en casa de nuestros padres, estábamos toda la familia
recordando los momentos tan felices que vivimos con nuestro padre, vimos que el cuadro del Maestro Jesús se movía, sonreía y nos miraba con una gran ternura (Un óleo de Jesucristo).
Seguimos dialogando de otras cosas, cuando de pronto mi hermano Horus se postra en la alfombra y dice: “Dios mío, Cristo”, y en ese instante todos vimos cómo el cuadro del Cristo se iluminó con una luz blanca alrededor inmensa.
Entonces todos caímos de rodillas, porque en verdad vimos al Cristo que abrió sus ojos y manaba lágrimas.
En la pintura, el Cristo está de perfil, más, sin embargo, hacía un movimiento de derecha a izquierda y
abría su boca. Al mismo tiempo que ocurría esto, bajó mi hijo Julio César y nos dijo: “Una momia se quiso acostar a mi lado y abrazarme para que yo no me asustara”.
4 de Febrero de 1982 Día del año Nuevo Gnóstico. Todo parecía estático. El sol llenaba de luz el firmamento y sus rayos chocaban con fuerza contra el azul profundo de un mar pasivo y mudo.
Nuestra pequeña embarcación, repleta de gente, se internaba mar adentro hasta encontrar el sitio apropiado. Los motores se detienen. La sencilla ceremonia de inició.
Empezamos a cantar el Himno a Samael y la Maestra Litelantes, con austera solemnidad, comienza a esparcir
las cenizas de Nuestro Adorado Maestro Samael, tal como él lo había pedido.
De improviso, algo extraño sucede en el ambiente. Sopla un viento terrible, el mar se llena de olas cada vez
mayores. Seguimos cantando, el sol se torna candente en extremo y el viento silba con redoblado vigor.
Las últimas cenizas se pierden en la inmensidad y la tempestad cesa en la misma repentina forma en que se inició.
Reina un absoluto silencio. Llegamos al puerto, la gente camina de un lado a otro, afanada en sus quehaceres, cargada de problemas, condenadosa existir.
El Cristo está entre nosotros y los hombres viven otro día más”.
PAZ INVERENCIAL ISIS GÓMEZ GARRO.